Así como cuando el espermatozoide fecunda el óvulo y comienza una nueva vida dentro de una mujer proveniente de una parte de un hombre y ese complemento crea un nuevo ser humano, así ocurre en otros espacios de la vida con cada persona que se cruza en nuestro camino.
Las personas van dejando huellas en nosotros, y a su vez nosotros las dejamos en ellos, convirtiéndonos en semillas que hacen florecer o marchitar el corazón, en personas vitamina que nos alimentan el alma para estar más sanos y fuertes.
Todos los seres humanos somos maestros, porque nuestro propósito de vida es enseñar y también aprender.
Somos el producto de una simbiosis perfecta entre elementos que se juntan para crear estructuras y conexiones sólidas, de eso se trata, y así, cada uno va sembrando esa estela en otros para siempre.
Creo en la causalidad más que en la casualidad, porque cada quien es capaz de construir la vida que desea con las herramientas adecuadas.
Aunque paradójicamente hoy no me atrevo a negar que existe el destino, me han sucedido tantas cosas sin buscarlas que pienso que estaban predestinadas para mí, eso no implica que hoy pueda reconocer que mi voluntad, ímpetu y motivación intervinieron para impulsarme hacia donde quería llegar.
Todas las personas que hemos amado aunque se alejen porque estuvieron de paso, dejan una parte de ellos en nosotros.
Aunque nos digan que todo es temporal e impermanente, su energía se aloja en nuestra alma y se complementa con la nuestra, y, cuando esa conexión no ha sido solo física, sino también emocional es muy difícil desprendernos de ella, tanto que ni la distancia puede acabarla.
Esas personas vitamina son las que marcan nuestra existencia, porque son quienes dejan su esencia y parte de su alma en nosotros y eso es algo que perdura en el tiempo y prevalece pese a cualquier circunstancia.
Es así que muchos recuerdan a su primer amor con la intensidad de la juventud, a su maestra de la infancia como artífice de sus primeros aprendizajes, a la abuelita consentidora o a cualquier persona que haya dejado una huella imborrable en su vida por sus enseñanzas o por la manera en la que los trató, esto aplica también para los lugares donde fuimos felices, si no, cómo olvidar esas vacaciones cuando éramos niños y disfrutábamos sin pensar en mañana, o esos momentos que se eternizaron en nuestra memoria haciéndose inolvidables no por ellos sino por lo que representaron para nosotros.
Ser semilla no es sinónimo de fecundar, algunas simplemente no fertilizan nuestra tierra, pero nos enseñan a elegir mejor, a decidir y sopesar lo que realmente queremos vivir, muchas veces no es por ellas, es por nosotros que no estamos preparados para recibir lo que nos ofrecen.
Lo cierto es que para que la magia de la fecundación de esa energía bonita suceda debe haber varios elementos en armonía, nosotros, nuestra capacidad de recibir y la capacidad del otro de dar; y, así la sinergia y la energía emocional se encargarán de hacer el engranaje perfecto que dejará huellas en nosotros, entendiendo por huellas recuerdos y enseñanzas en nuestro corazón.
Las personas vitamina son las que nos motivan a ser cada día mejor, esas que nos impulsan a seguir adelante pese a las dificultades, las que nos aman y nos aceptan como somos, las que nos apoyan y no nos critican son esas personas que nos nutren, que tienen dentro de sí esas semillas que necesitamos para fertilizar nuestro corazón y alcanzar nuestros propósitos.
Dicen que lo que se aprende con el corazón jamás se olvida, en lo personal pienso que lo que se hace con el corazón se eterniza en la memoria y queda a vivir en nosotros por siempre aunque haya durado poco tiempo.
Piensen en eso siempre que se acerquen a alguien, es mejor dejar huellas que garabatos, la energía vital que esparcimos es la que nos mantiene enlazados a eso que nos da felicidad, y las personas vitamina son esas a las que siempre queremos volver porque con ella fuimos amados y sentimos plenitud.