El estado ideal de una persona debería ser un equilibrio entre conocimiento y emocionalidad, es decir, estar bien preparada en cuanto a habilidades adquiridas, y experiencia en combinación con una inteligencia emocional adecuada para afrontar situaciones difíciles.
En muchas circunstancias he comprobado que con buena actitud una persona quizás no tan bien preparada puede aprender rapidamente sobre un proceso o actividad específica, para mi también ha quedado en evidencia que una persona altamente calificada con una mala actitud enfrenta los mismos problemas de adaptación porque no tiene disposición a los cambios, no se deja ayudar y es reactivo con el resto de los miembros del equipo.
La actitud es un rasgo de la personalidad, mientras que la aptitud va ligada a las habilidades y capacidades adquiridas a través del estudio; y aunque inicié esta reflexión comentándoles lo que para mi sería el escenario ideal, la experiencia me indica que en la práctica no siempre sucede así.
Por lo tanto es complejo determinar un peso a cada una para que pueda rendir resultados satisfactorios, pero pienso que definitivamente la actitud de la persona tiene un rol fundamental en las ganas de aprender y en la capacidad que tenga para vincularse con el equipo.
Desde mi punto de vista con buena actitud y disposición para aprender una persona inexperta puede adaptarse, formarse y ser exitosa, contrariamente con una buena formación académica y una mala actitud no es mucho lo que se pueda avanzar, pues generalmente una persona con esas características facilmente se aíslaría del equipo de trabajo,en lo personal pienso que hasta el empleado mejor preparado es prescindible si tiene mala actitud y no contribuye con la armonía y el logro de los objetivos.
Partiendo de allí, mi conclusión es que ambas cualidades son importantes y con un buen modelaje y adiestramiento se pueden fortalecer, lo idela es lograr un equilibrio entre las dos, lo importante es tener el compromiso y la disposición para lograrlo.
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