Mis pasiones: Amar, escribir y hornear. Mi Blog es mi mundo, mi espacio de reflexión, Mi diario personal, me dejo fluir a través de las palabras, aprendo de la cotidianidad, amo escribir y que ustedes lo lean.

martes, 10 de enero de 2012

LAS RELACIONES ENRIQUECEDORAS


Navegando por Internet me encontré con esto y me pareció muy interesante, con cariño lo comparto con ustedes:

Damos por supuesto, para comenzar, que para que una relación interpersonal sea enriquecedora se ha de fundar en el respeto: respeto a sí mismo, respeto a la otra persona, respeto a la relación.
Pocas formulaciones de lo que aquí entendemos por”relaciones enriquecedoras” nos parecen más afortunadas que la de Virgina Satir, importante psicoterapeuta norteamericana especializada en la familia. Dice así:

“Quiero amarte sin asfixiarte,
apreciarte sin juzgarte,
unirme a ti sin esclavizarte,
invitarte sin exigirte,
dejarte sin sentirme culpable,
criticarte sin herirte,
ayudarte sin menospreciarte.
Si puedo tener lo mismo de ti,
entonces nos podemos
realmente encontrar
y enriquecernos mutuamente”.

Esta declaración de intenciones, tan admirable como difícil en la vida cotidiana, apenas necesita aclaración o comentario. Lo que requiere es un esfuerzo denodado y continuo para ponerla en práctica.
Sin embargo, para facilitar esa práctica, comentemos brevemente algunas de sus frases lapidarias.
  • Amarte sin asfixiarte: el amor es peligroso. Su ímpetu puede ser tan arrollador, tan invasor, tan posesivo, que mutile o aniquile a la persona amada.
  • Apreciarte sin juzgarte: el aprecio genuino y equilibrado de las conductas del otro alienta, anima, sustenta. Los juicios globales de su persona son tan injustos como ineficaces.
  • Unirme a ti sin esclavizarte: el amor tiende a la unión de las personas que se aman, pero puede caer en la trampa de querer esclavizar la una a la otra, con grave detrimento de la relación.
  • Invitarte sin exigirte: el amor, o se da libremente o no es amor verdadero; por tanto, crece no por imposición, sino por invitación.
  • Dejarte sin sentirme culpable: si por “dejarte” entendemos un distanciamiento temporal y provisional, que puede ser saludable para la relación, está claro que no hay por qué sentirse culpable. Pero si entendemos una separación definitiva, la frase puede ser también aplicable a situaciones extremas: si el amor se ha extinguido realmente, ¿no sería mejor dar por terminada la relación?
  • Criticarte sin herirte: en el contexto de una relación amorosa, me atrevo a decir con Martín Descalzo que sólo tenemos derecho a criticar al otro si lo amamos de verdad y, por tanto, tenemos la obligación de hacerlo con amor, indicando lo negativo de la conducta del otro sin descalificar hirientemente la globalidad de su persona.
  • Y ayudarte sin menospreciarte: ayudar y dejarse ayudar desde la igualdad compartida es enriquecedor. De lo contrario fácilmente se insinúa el menosprecio, que tanto puede dañar una relación.
En otro lenguaje, una relación de amor es enriquecedora si en ella priman la fidelidad y la libertad mutua. Fidelidad de corazón y libertad de hecho, pues “dos personas se aman sólo cuando son realmente capaces de vivir la una sin la otra, pero eligen vivir la una con la otra” (M. Scott Peck).
Una relación de amor es enriquecedora cuando cada una de las personas implicadas deja a la otra ser como es, sin empecinarse en que cambie y sin forzarla ni manipularla para que cambie; cuando, además, está siempre dispuesta a colaborar en cambios mutuamente deseables y posibles.
Concluimos, pues, invitando a nuestros lectores a reflexionar sobre aquella anécdota que Tony de Mello cuenta en El canto del pájaro con éstas o parecidas palabras:
“Durante años, fui un neurótico sin remedio, y todo el mundo me decía una y otra vez que tenía que cambiar por mi propio bien. Y entonces yo me enfadaba, me sentía culpable y no lograba cambiar.
Lo peor era que mi amigo del alma también me exhortaba a que cambiase, pero con él no me podía enfadar, y me sentía triste e impotente.
Hasta que un día mi mejor amigo me dijo: `No cambies, no cambies. Te quiero tal como eres, y nunca dejaré de quererte aunque no cambies’.
Sus palabras ‘No cambies… Te quiero tal como eres…’ me sonaban a gloria, y me sentí liberado interiormente de un gran peso; y ¡oh maravilla! CAMBIÉ”.

¿Nos dice algo esta parábola?

Fuente Original:
Jose Vicente Bonet. Consejos para enamorados y amigos. Revista SalTerrae.