En
situaciones conflictivas y momentos de crisis que se viven en el día
a día laboral,
pueden surgir diferencias entre los miembros del equipo que nos
generan incomodidad, esto ocurre porque la mayoría de las veces
utilizamos un tono inadecuado para discutir o defender una idea,
debido a que nos cuesta escuchar al otro y mantener un dialogo
respetuoso, por el contrario, en ocasiones intentamos imponer
nuestros criterios, porque estamos seguros que la razón nos
pertenece.
Asimismo,
es común que no establezcamos límites, y esto nos conduzca a ligar
situaciones afectivas y emocionales con el trabajo, lo cual es
consecuencia de la subjetividad al momento de realizar valoraciones
sobre las personas que nos rodean;
ignorando que en el ámbito laboral tenemos funciones y por lo tanto
debemos cumplir con nuestra responsabilidad sin permitir que los
conflictos personales se interpongan.
Es
allí donde quien ejerce un rol supervisorio debe poner en práctica
todas sus habilidades para lograr que el ambiente de trabajo se
desarrolle en un clima de paz, armonía y conciliación;,
orientando al personal sobre las maneras más adecuadas para
expresarse y escuchar con respeto, ya que la actitud del jefe se
proyectará en su equipo de trabajo, dado que las competencias
emocionales del supervisor serán determinantes en el éxito de la
gestión en general.
Esto
ocurre, porque un buen manejo de competencias emocionales por parte
del supervisor permitirá que el personal también esté en capacidad
de hacer frente a situaciones de diversas índoles, y que cuando
surjan desavenencias,
sus reacciones estén dentro del marco del la tolerancia. Lo
anterior,
generará un efecto de repetición positiva que mejorará
sustancialmente el clima del centro de trabajo, esto
resultará saludable ya que compartimos inclusive más tiempo con
nuestros compañeros de trabajo que con nuestra familia, también
nos ayudará a suavizar el entorno y a aceptar que cada individuo
tiene un patrón de conducta diferente, basado
en
una forma de pensar fiel a sus propias vivencias y a su modo de
concebir el mundo, entonces, es natural que de una divergencia de
ideas surja un conflicto.
Allí
lo verdaderamente valioso es como se aborda y se resuelve, en el
entendido de que la inteligencia emocional no evita los problemas,
tampoco los desvanece, simplemente, nos da las herramientas para no
engancharnos en situaciones problemáticas con sentimientos negativos
que en nada contribuyen con nuestro bienestar.
Es
previsible que la mayoría de las situaciones complejas
dentro de un área de trabajo se deban a una comunicación poco
efectiva como consecuencia de interpretaciones equivocadas,
confusiones, o estilos de lenguaje incompatibles, inclusive, la
experiencia me ha enseñado que en muchas ocasiones la gente elige
suponer en lugar de preguntar, y estas diferencias pueden terminar en
líos innecesarios y enemistades que podrían haberse resuelto con
una conversación a tiempo. Es justo allí, donde el rol del
supervisor es vital, en virtud de que quien lo ejerce debe estar en
capacidad de observar, ponderar e involucrarse en la solución sin
parcializarse, pues, si se permite caer en chismes y comentarios,
obviamente su visión será sesgada hacia una de las partes y esto
generaría aún más confrontación y desánimo.
Finalmente,
es valioso compartir que un manejo adecuado de nuestras emociones nos
permitirá construir un clima laboral armónico y respetuoso,
favorecerá la comunicación entre los miembros del equipo y
evidentemente esto se proyectará en el ambiente y en la forma de
hacer el trabajo, comprendiendo que en situaciones de crisis, es
importante mantener el control, aprender a respirar y a pensar muy
bien las cosas antes de expresarlas dejándonos llevar por las
emociones, las crisis son caldo de cultivo para que la gente tenga
los ánimos exacerbados, será la inteligencia emocional que logre
desarrollar la que hará la diferencia.